El concepto del éxito siempre ha sido un tema controvertido y de lo más subjetivo, especialmente cuando se trata de éxito e interacciones sociales.
Se estima que sería a mediados del siglo pasado, el tiempo en el que se empezase a asociar la idea del éxito de una persona como la comunión entre:
su personalidad
las conductas y actitudes que tomase
su imagen pública y
las habilidades y técnicas que se desarrollasen para interactuar con otros seres humanos.
Estaríamos hablando de una ética basada en la personalidad.
Así es como se desarrollan lo que hoy conocemos, por un lado, como técnicas de relaciones públicas y humanas y, por otro lado, una oleada basada en la actitud mental positiva, que luego evolucionaría a lo que hoy conocemos como Programación Neurolingüística.
De esta última tendencia proceden las afirmaciones como:
Y para completar la excepción que confirma la regla, se dan también los casos extremos en el enfoque de estas técnicas.
Estos casos están muy generalizados, estas técnicas se han utilizado con el fin de manipular a las personas pretendiendo obtener algo de ellos.
Esto se consigue atrayendo y gustando a los demás por medio de fingir sentirse interesado por los intereses que mostraban esas otras personas.
Se trata, pues, de ser profundizar en técnicas de influencia, establecer estrategias de poder, mejorar las habilidades en la comunicación y mantener una actitud que mantenga el positivismo en todo momento.
El neuromarketing de hoy en día utiliza mucho de estas técnicas.
Los símbolos, los colores, las palabras…, la búsqueda de aflorar la emoción como conexión para atraer a ese cliente.
Un ejemplo gráfico sería el caso de un anuncio de perfume donde se induce a la promesa de volverle a uno más irresistible al sexo opuesto por el simple hecho de llevarlo puesto.
También es el caso de los beneficios que produce poseer cierto automóvil o bolso pues incorpora en el paquete la creencia de pertenecer a cierta clase social, prestigio e incluso respeto.
Es un tema que ya hemos tratado por estos lares, el de ser y hacer para, después, tener.
Puedes ir a refrescar esas ideas en el post o bien en el vídeo de Youtube.
Pero todas estas artes están quedando desfasadas debido a la evolución del ser humano, especialmente de la mente del ser humano.
El nivel de consciencia que el mundo está experimentando está elevándose, y se enfoca en la sostenibilidad y la cooperación entre todos los seres que habitamos el planeta.
Hoy en día, el cambio climático se hace más patente, por ello, cada vez estamos más concienciados de que los veranos duran más y los inviernos son menos intensos.
Nos estamos dando cuenta del impacto que producen la inmensa cantidad de plástico innecesario, de la obsolescencia de los aparatos, de los efectos que producen en el cuerpo humano la alimentación rica en carbohidratos y azúcares…
También nos damos cuenta del impacto que produce en nosotros la cantidad de horas al día que pasamos frente a aparatos electrónicos.
Por mucho que no haya estudios que verdaderamente asocien algún tipo de enfermedad a una larga exposición a estos aparatos, es notorio el cambio que ha supuesto en la calidad de nuestras relaciones interpersonales.
Ya no sólo estoy hablando de aquellos momentos en los que físicamente compartimos una cena o una quedada con los amigos.
Las cabezas se encuentran en permanente posición de asentimiento, mirando con atención a las pantallas luminiscentes posadas en nuestras manos. En ocasiones, hablando con el que tienes al lado a través de alguna red social.
Hablo también de los efectos que tienen las innumerables videoconferencias a las que asistimos por ordenador, tablet o móvil.
Aunque te hayas arreglado de cintura para arriba, peinado y planchada la camisa, el hecho de estar al otro lado de la pantalla te crea, sin querer otro tipo de “pantalla”.
Estas prácticas son algunos de los motivos causantes de bajadas de autoestima, de energía y entusiasmo en nuestros trabajos y en nuestra vida personal.
Surgen los miedos y prejuicios por la imagen que proyectamos, el mensaje que decimos. Surge la inseguridad a no ser aceptados, a sentirnos desplazados, invisibles o, incluso, no aptos para el servicio que estamos ofreciendo.
El éxito que se ha conseguido a través de los métodos basados en la personalidad se ha caracterizado por ser predominantemente superficial.
Digamos que de este modo se tratan los problemas agudos (de forma temporal) dejando intactos los problemas crónicos subyacentes de modo que no sólo no desaparecían, sino se repetían, e incluso, lo hacían con mayor intensidad.
Es decir, se andaba poniendo parches a los problemas de las personas sin llegar a la raíz del asunto.
Ejemplo: llevo días haciendo las tareas que ha propuesto realizar el mentor que he contratado para evolucionar en mi emprendimiento. Voy muy bien y, como le hago caso en todo, decido tomarme el día de ayer como día de descanso.
Resulta que, a lo tonto, me pasé prácticamente el día navegando por internet y viendo lo que hacen los demás en las redes sociales. Terminé bastante deprimida de ver lo avanzados que tienen sus proyectos y lo mucho que me queda a mí por recorrer.
¿Qué pasó? Pues que, al día siguiente, al abrir los ojos me vinieron como un rayo aquellos pensamientos con los que me abrumé tanto, que me di la vuelta y me quedé en la cama.
No hay que decir, lo mal que me sentía después por no haberme levantado y lo poco productiva que fui ese día, y el siguiente y el siguiente.
Y todo ello, por basarme en la apariencia del éxito de aquellas personas y mis suposiciones. La inmensa mayoría de las personas tienen un alto nivel de sufrimiento que enmascaran detrás de una sonrisa en un selfie.
Si yo hubiese optado por haber quedado a tomar un café con alguna de aquellas personas, la apreciación habría sido diferente.
Los encuentros personales, en un entorno físico, nos proporcionan mucha información y la capacidad de una conexión más profunda y sincera con esa persona.
La mirada, la sonrisa, la postura, los gestos, los dejes, las respiraciones, su aroma, su ropa, sus manos, el tacto de su mano en el apretón de manos, su piel, su discurso, el sabor de un buen café o té, son algunas de las variables que determinan el éxito en las relaciones sociales.
Dime tú, si de ahí podría salir la apertura a nuevas amistades, una estupenda colaboración o, quién sabe, un nuevo cliente.
La inmensa información y la rica comunicación que se establece en las relaciones en las que se ha puesto especial atención, teniendo una escucha activa, es una fuente inagotable de posibilidades abiertas a la ayuda, la cooperación, la creación de nuevos proyectos.
Pero, esta vez, bañados por la humanidad, la honestidad y la autenticidad.
Tanto nos han avasallado con publicidad engañosa, que es normal que surja la desconfianza hacia el nuevo paradigma en el marketing empresarial y personal.
Por un lado, haciendo caso omiso ya de estas prácticas, el emprendedor del siglo XXI, en un gran tanto por ciento y en auge, ha comprobado que la eficacia en las ventas, hoy, reside en aportar valor.
El enfoque está en encontrar soluciones al sufrimiento que se encuentra alrededor. El servicio a los demás se realiza desde el punto de vista de ayuda para la resolución de un problema acuciante que sufre una determinada población.
Y aquí ya no estamos hablando como en la escuela, en la que todos nos teníamos que estudiar las mismas lecciones de matemáticas, lengua y física para ser igual de inteligentes.
En la escuela de la vida, cada uno es experto en el don que posee, aquello que le encanta hacer. No le importa las horas que pasa en ello porque disfruta como un enano.
Y encima, resulta ser un alivio para algunos en particular, que están tan agradecidos por aliviar su dolor que pagan gustosamente la cantidad que les solicita.
Así es de rica la vida.
La variedad de expertises crea una fabulosa red de contactos de nutrición entre unos y otros, en una relación de simbiótica sincronía. El famoso win to win que conocemos hoy.
La decisión de seguir estas prácticas favorece el desarrollo de una personalidad atractiva y franca, pues se reactivan las cualidades sobresalientes. Aumenta la confianza en sí misma lo que se traduce en un mayor autocontrol y liderazgo.
Todas estas prácticas se realizan bajo una ética no afincada en la personalidad, sino en el propio carácter.
La profunda integración de los valores, principios y buenos hábitos son los desencadenantes de los resultados que nos llevan a conseguir el éxito en las acciones que llevemos a cabo.
Son muchos los casos conocidos de personas que pasaron de la implementación de la personalidad al carácter.
Dieron a su vida un sentido que después dejó huella en el mundo y así son recordados por su gran aportación a la humanidad.
Es el caso de Benjamín Franklin, Abraham Lincoln, Gandi o la Madre Teresa de Calcuta.
Son ejemplos de personas que priorizaron la integridad, la humildad, la mesura, la fidelidad, el valor, la justicia, la paciencia, el esfuerzo, la modestia, la simplicidad y la llamada “regla de oro”.
Todas estas facetas son los cimientos del emprendimiento de hoy basados en los valores y principios que conforman el carácter de la persona.
En el caso de un emprendedor que ofrece un servicio o producto:
Encontramos la integridad, en la autenticidad y la garantía que presta.
No sólo atiende a la legalidad, sino que es honesto en su producto o servicio porque, de veras, él lo adquiriría.
Aporta el valor de mejorar las vidas de sus clientes.
Sabe que con mesura y esfuerzo se consigue una mejor versión de sí mismo, apuesta por el aprendizaje constante y aboga por la excelencia.
Se rige por un trato justo que equilibre el producto que ofrece con el precio que solicite por él.
Practica la humildad aprendiendo cada día cómo puede aportar más valor a sus clientes.
Es paciente y, más allá de enfocarse en los resultados, atiende paso a paso el camino que ha de trazar para llegar a ellos.
Es modesto a la hora de alardear sobre sus éxitos, él sabe cuáles son y no tiene por qué exponerlos en las vitrinas de todas las redes sociales. Sus clientes ideales lo conocen, lo admiran y le siguen también por ello.
Aplica sin miramientos la llamada regla de oro.
Se esfuerza por comprender la situación del cliente. Y aunque, de toda la población, escoja sólo a un mínimo porcentaje que será su cliente ideal, trata a cada uno con una atención especial, nunca por igual.
El siglo XXI nos trae a los emprendedores una nueva forma de ver la vida, de vivir desarrollando nuestros talentos, nuestras habilidades, poniéndolas al servicio de los demás; viviendo una vida rica en satisfacción por sentirse útil.
Y tú, ¿qué te mueve a acercarte a tu cliente ideal?
Mi misión es ayudar a las personas a que tomen las decisiones que les hagan vivir de su misión, desde la seguridad y confianza en sí mismas.
Puedes encontrarme aquí. Escríbeme y vemos cómo te puedo echar una mano.
Con amor,
Bárbara.